Hay experimentos buenos y experimentos malos. Déjenme explicarles. Construir una bomba atómica es un experimento malo. Porque con ella sólo pueden hacerse dos cosas: matar y destruir. No tiene otro fin. Sólo sirve para eso; bueno, y para asustar antes de lanzarla a que mate y destruya. Plantar una semilla es un experimento bueno; puede salir de allí, con tierra, agua y sol, una flor o una fruta o una verdura. Decirle a alguien, en voz alta y frente a otros, un defecto, de carácter, no físico, que tenga, es un experimento malo; el resultado, el noventa por ciento de las veces, conduce a la catástrofe o la pérdida de la amistad. En cambio, decirle en voz baja, amigablemente, con cariño, algún defecto a alguien, puede resultar tan sólo en la posibilidad del cincuenta por ciento de la pérdida de la amistad, con lo cual, todos habremos ganado, porque el que lo escucha sabe que puede confiar en ti y que le contarás lo que ves y tú recibirás a cambio, tal vez, envuelto para regalo, alguno de tus propios defectos. Hay otros experimentos que se pueden hacer en el cuerpo, como los tatuajes o las perforaciones de orejas o párpados, o lengua. Ésos son más dolorosos, pero estoy convencido que cada quien tiene el derecho absoluto a hacer con su cuerpo lo que le venga en gana; incluso destruirlo. El único problema es que la muerte es, hasta ahora, un experimento extremadamente definitivo y no puedes regresar de la tumba para verificar si el experimento funcionó como lo pensabas, así que no recomiendo en lo absoluto ninguna clase de experimento que ponga en riesgo tu vida. Se pueden hacer experimentos con animales para encontrar medicinas que les sirvan a los humanos. Son experimentos benéficos para los humanos y absolutamente terribles para los animales. Con lo que se demuestra que puede haber experimentos buenos y malos simultáneamente. Hay algunos que han experimentado con el cuerpo y la vida de otros. De ésos ni siquiera voy a hablar porque no merecen el más mínimo de los respetos y sí, en cambio, nuestro desprecio. Con este tema hay que ser cuidadoso. Creo que ya dije antes, en algún momento, o lo dijo un sabio, que las palabras son extremadamente poderosas y pueden lastimar en lo más hondo o, en cambio, curar las heridas. O puedes revelar con ellas el amor de tu vida, o la mejor manera de ponerle un nombre a lo que odias. Las palabras pueden hacer revoluciones sin necesidad de tener armas. El mejor ejemplo es Gandhi, en la India o Martin Luther King, cuando peleaba por los derechos civiles de los afroamericanos en Estados Unidos. Él tiene un discurso maravilloso que empieza diciendo «Yo tengo un sueño…» Creo que todos tenemos un sueño. Y las palabras sirven para hacer de los sueños realidades. Puedes experimentar con los sabores. Taparte los ojos e intentar descubrir, tan sólo con la lengua y el olfato, por supuesto, todos los matices agridulces que tiene una piña madura, las texturas de las palomitas de maíz, o la fuerza y las enormes posibilidades y variantes que puedes encontrar en un mole poblano.
Experimentar con la vista es importantísimo. Y con la imaginación. En una nube puedes encontrar cientos de cosas que aunque no estén allí, están. Y, por último, y creo que debo terminar porque no tenemos mucho tiempo, puedes experimentar con la libertad. Darte cuenta de que es el don más precioso y valioso que tenemos. Puedes andar por la calle sin que nadie te diga lo que tienes que hacer, leer el libro que se te antoje, escoger la paleta del sabor que quieras, y decidir si quieres o no escribir el reporte que te pidieron para el examen final de geografía. La libertad es de uno y la puede llevar hasta donde quiera, siempre y cuando, con tu libertad, no estropees la libertad de los otros. Ya. Creo que es todo.
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